domingo, 25 de diciembre de 2011

REFORMA AGRARIA Y VIVIENDA
(Exposición al país del 26 de abril de 1961)

Estamos aquí, el Ministro de Fomento, ingeniero Grieve y yo, para proporcionar a Uds. toda la información sobre los primeros pasos que el Gobierno va a dar en la ejecución del Programa que tanto anhela comenzar.
Ello es posible, porque primero hemos cumplido la etapa previa indispensable. Porque primero, como debe hacerle siempre, pusimos los cimientos del edificio, pusimos la casa en orden. La estabilización es la base de todo programa de progreso. Es la base de todo desarrollo de un Estado. Es la base del bienestar de todos los peruanos. Fue por eso nuestra primera preocupación.
Gracias a que ya eso lo hemos logrado aquí, gracias a que ya la estabilización está lograda, es que podemos ahora encontramos con un Tesoro con dinero, dinero que hay que invertirlo de la mejor manera posible. Y nada puede ser mejor que invertirlo para lograr el mayor grado de bienestar de los más, de los que nada tienen, y de los que sin la ayuda del Estado jamás podrían realizar el anhelo de todo hombre serio, de todo buen ciudadano, de todo amante de su familia que quiere sentar las bases para la tranquilidad del hogar, para la seguridad del porvenir y para poder así morir tranquilo sabiendo que deja a su familia debidamente asegurada.
Eso es lo que se necesita, y esa es la meta del programa que ha tenido el Gobierno desde hace tiempo y que, después de estudiarlo cuidadosamente, se atreve ahora, que tiene los medios para hacerlo, a llevar adelante.
Una Reforma Agraria bien estudiada
Para hacer un poco de historia, fue a los pocos días de que se inaugurara el régimen del Presidente Prado que el gobierno dictó su primer decreto, el 10 de agosto del año 1958, estableciendo una Comisión para que estudiara el proble-ma de la Reforma Agraria y de la Vivienda. Me tocó el honor entonces de presidir dicha Comisión y Dios quiere ahora que me toque también el honor de llevar a la práctica el resultado de los estudios de los hombres que formaron esa Comisión.
No hay por lo tanto en esto nada de improvisación. No hay nada que se hace al azar. Antes de emitir nuestro informe, no nos declaramos satisfechos siquiera con estudiar las condiciones locales sino que fuimos, al extranjero a ver lo que había sido la experiencia, lo que ella nos enseña y por lo tanto lo que nos decía aquello que era peligroso, aquello que conducía al fracaso, y lo que por el contrario podría llevarnos al éxito.
Miembros de la Comisión dieron la vuelta al mundo, visitando Israel, visitando la India, visitando Taiwan, otros visitaron los países vecinos de la América del Sur; yo visité Guatemala. Y también fuimos varios a Europa, buscando los lugares donde con más éxito se había tratado de encontrar solución a este grave problema, que es problema mundial, de la vivienda y de la tenencia de la tierra.
Sólo después de esos estudios fue que el Gobierno se atrevió a enviar a las Cámaras los proyectos de ley respectivos y ahora, adelantándonos casi puede decirse, a las leyes mismas, que sin embargo ya han sido plenamente aprobadas en las Cámaras en su propósito, al haber provisto los fondos en el Presupuesto de este año, ahora, repito, el Gobierno se lanza a la tarea de realizar este programa.
Un Programa que nadie detendrá
Y lo hace con la gran satisfacción de saber que no va a ser una cosa de momento, que no va a limitarse a satisfacer por sólo un instante los deseos de todo buen ciudadano, sino que va a ser el inicio, el comienzo, de un programa de muy larga duración, que no podrá detenerse porque el país entero exigirá que se siga adelante en esto que hoy se comienza, o sea, en hacer lo que ha de beneficiar al que no tiene, lo que ha de beneficiar al mayor número, y lo que ha de beneficiar al que sin la ayuda del Estado, muy poco, o nada podría lograr.
No mis queridos amigos. Lo que ahora se va a hacer no va a quedar tan sólo en un comienzo. Va a ser únicamente un principio, muy modesto por cierto de lo que debe ser la obra permanente del Estado, de los gobiernos que se suceden en el futuro por muchas generaciones. Porque esto no es obra de un día ni obra de pocos años. No se transforma un país como queremos transformarlo nosotros, y como se va a transformar pese a quien se oponga, no se transforma digo, de la noche a la mañana. Requiere muchos años. Requiere mucha constancia. Y requiere también muchos recursos. Pero eso no ha de faltar. El país por el contrario ha de exigir que esto se siga haciendo y que cada día una proporción mayor del presupuesto sea dedicado a esta obra fundamental.
Queremos hacer muchos propietarios
Lo que queremos es hacer el mayor número de peruanos propietarios. Propietarios de la casa en que viven y dueños de la tierra que trabajan. Y al decir que queremos hacer al mayor número de propietarios, quiero por lo tanto decir que queremos hacer a los que nada tienen dueños de la tierra que trabajan y del techo que necesitan para abrigarse ellos y su familia.
Es esto, al mismo tiempo, la mejor inversión que pueda hacer el Estado. Llamo por inversión, por supuesto, algo provechoso para el país. No quiero decir que es buen negocio. El Estado no debe hacer negocios. El Estado debe tener como finalidad el bienestar del mayor número; es decir, precisamente, el bienestar de los que nada tienen.
Y desde ese punto de vista, ya por sí sola, sería ésta la mejor inversión que pudiera dar el Estado a los recursos de que disponga. Pero no es sólo eso. Hablemos, por ejemplo, en primer término, de todos los distintos aspectos de la re-forma agraria.
Entre nosotros, uno de los más importantes, sin lugar a duda, es la utilización de las tierras que hoy no se trabajan o se trabajan muy mal. Hay queja en el Perú de falta de tierras. Hay queja de falta de trabajo. Pero, ¿cómo podemos quejamos de falta de tierra cuando Dios, con una generosidad verdaderamente admirable, que nos obliga a tomarla en cuenta, nos ha dado las tierras más fértiles en extensiones enormes, donde hay cabida -no exagero- para todos los ciudadanos el Perú de hoy?
Hay tierras para todos
Esas tierras no las trabajamos. La mayoría de ellas, cuando las vemos desde el avión volando sobre la montaña, comprobamos que no cuentan con un sólo hombre que las trabaje. ¿Podernos decir que nos falta tierra? Lo que nos falta es voluntad y decisión para aprovechar decididamente la riqueza que en su generosidad el Todopoderoso nos ha dado. Y cumplir así, no sólo con una obligación elemental, sino permitir al mayor número que se beneficie con esa riqueza que es un don divino y que hasta ahora no hemos utilizado.
Eso es lo que vamos a comenzar a hacer. Y no vamos a comenzar a hacerlo con discursos, ni con programas, ni con exposiciones, ni con proyectos. Vamos a comenzar a ejecutar el programa; a llevarlo a la práctica. Son obras muy costosas, claro que sí. Y es por eso necesario mantener la casa en orden para poder disponer de los recursos indispensables.
Es costoso, porque no sólo se trata de ayudar a los nuevos colonos a establecerse en esas tierras feraces, para lo cual, en primer término, hay que limpiarlas, hay que desbrozar los bosques y dejarlas en condición de que se laboren. Luego, hay que ayudar a los nuevos colonos a que allí se establezcan. Hay que ayu¬darlos económicamente, hay que ayudarlos con dirección técnica; en fin, hay que llevarlos de la mano, por decirlo así, en los primeros tiempos.
Hay que, además, establecer centros urbanos para que no carezcan de nada, para que no vayan a las montañas como han ido hasta ahora los pioneros que se han arriesgado por sí solos; para que no vayan a perderse en la floresta a luchar contra la naturaleza, sino para que vayan desde un principio a tener la oportunidad de desarrollar su esfuerzo, de poner en práctica sus deseos y su voluntad y, al mismo tiempo, de gozar de la vida, de tener un centro urbano donde la comunidad pueda reunirse y llevar la vida propia de los tiempos modernos.
El Estado al servicio de los más necesitados
Todo eso, repito, cuesta dinero. Jamás podrán esos nuevos pobladores reembolsar al Estado de todo lo que se haya gastado para permitirles establecerse. Pero así es la labor de la reforma agraria en todas sus fases.
Lo mismo pasa cuando se expropia una gran propiedad mal cultivada y se pone en manos de pequeños agricultores que la hagan producir al máximo. Tampoco en ese caso logra el Estado reembolsarse, ni siquiera en el curso de los años, de todo lo que haya gastado.
Pero, en realidad, el Estado no es un negociante. No está invirtiendo dinero para inmediatamente ganar una utilidad. El Estado invierte dinero si está bien dirigido, si cumple con su deber y hace lo que debe para tener su recompensa en el bien que hace a los ciudadanos, a los ciudadanos que, carentes de recursos, por sí solos, nunca habrían podido forjarse un porvenir. Ese es el deber del Estado. A eso hay que dedicarse. Esta es la inversión sana, es lo que hace un gran país y lo que permite que se desarrollen los grandes ciudadanos.
Tierras ricas para el bienestar de los pobres
En esas tierras ricas, contar las cosechas que obtienen, relatar lo que es la vida, es algo peligroso. Repito lo que me pasó en Apurímac en uno de mis primeros viajes. Había un campo de maíz muy cerca del aeropuerto y yo pregunté que resultados obtenían y que cuánto tiempo hacía que lo sembraban allí. La respuesta fue que hacia ocho años cultivaban exactamente el mismo sembrío, o sea, que sacaban tres cosechas al año; a veces, me dijeron, aún más.
Creo que eso es suficiente para dar una idea de lo que son esas tierras y de lo que puede lograrse al establecer gente modesta, gente pobre, que no tiene dinero; y que va no solamente a abrir el país, a aumentar la producción, a contribuir así al bienestar de todos, sino a volverse propietaria de la tierra que trabaja, que es lo que debe buscar todo Estado.
Ojalá llegáramos a ser un país de propietarios pequeños. Ojalá la tierra fuera siempre trabajada por el dueño de ella. Muchos años pasarán para culminar ese propósito. Mientras tanto, comencemos desde ahora con fe en el porvenir, con la seguridad de que ese resultado vendrá. Porque el país va a exigir que así sea y lo podrá haber gobernante que detenga esta marcha irresistible hacia lo que significa el bienestar del mayor número.
Caminos para colonizar
Al hablar de lo que es la colonización en la montaña, he dicho que las obras cuestan mucho dinero. En nuestro caso, cuestan mucho dinero porque fuera de todos los gastos naturales, inevitables para establecer a nuevos agricultores, existe una gran dificultad de llegar hasta esas tierras. Los Andes son como una muralla china que divide al país en dos, y sin embargo, si esos colonos no tienen comunicación con el resto del país, no encuentran mercado dónde vender sus productos, y viviendo en una tierra verdaderamente de promisión, resulta que llevan una vida muy primitiva, de un bajo nivel, porque sólo pueden consumir aquello que ellos mismos producen.
Con un camino, con una vía de comunicación hasta el resto del país, podrán aportar a los mercados nacionales y extranjeros también el fruto de su trabajo y vender sus productos. Con ello tendrán el dinero y a su vez se tornarán en consumidores de los productos que las industrias vayan lanzando al mercado.
Reforma Agraria y Desarrollo Industrial
Así, estos agricultores nuevos, esta reforma agraria, van a hacer posible lo que todos deseamos: la industrialización del país. Porque hoy, como están las cosas, no puede pensarse en industrias que produzcan muy poco. Hay límites hoy día para la producción económica y, por lo tanto, se necesita de mercados mucho más amplios para poder lograr el desarrollo industrial.
Como verán pues, el beneficio no va a ser sólo para los agricultores que vayan allí, por más que lo merezcan y por más que eso justificara todo el gasto que podría hacer el Estado. Los beneficios no van a ser sólo para ellos. Van a abastecer los mercados del país, van a hacer que abunde lo que es escaso y van a su vez a tornarse en mercados que permitirán el desarrollo industrial del país.
Un techo para cada familia
Ahora quiero referirme a la vivienda. Allí tenemos un problema que yo no sé por qué algunos parecen considerar como si se tratara de hacer un acto de caridad a la gente que no tiene recursos para comprarse una casa propia. Y nada es más falso. ¿Cuál puede ser el deber del Estado si no el de acudir en ayuda del pobre para darle lo que necesita y no tiene y dárselo como debe? No dádivas, para que viva parasitariamente de lo que reciba del Estado, sino simplemente la oportunidad para que con su esfuerzo adquiera el techo que necesita tanto para él como para su familia.
Ese es el problema de la vivienda. Que consiste en la obligación de poner al alcance del que hoy no tiene recursos, lo esencial para la vida del hogar, lo esencial para la formación de los hijos, lo esencial para que se forme un hogar cristiano donde, verdaderamente, se desarrollen todas las virtudes posibles en el seno de una familia cristiana, ordenada y patriota. Es decir, la casa propia. La casa para la familia. En la familia, que la tenga, habrá patriotismo. En esa familia se amará al país. En esa familia, cualquier cosa se sacrificará por defender nuestra tierra, nuestra Patria. Esta es la obligación fundamental del Estado, poner al alcance del que no tiene, que desgraciadamente son los más, lo necesario para llevar la vida digna que se asiente en el hogar propio.
Esta misma semana comenzamos
Y esto se puede hacer. Esto se ha hecho en todas partes del mundo, si se hace ordenadamente y como debe ser. Y eso es lo que pensamos hacer aquí y lo que vamos a Comenzar a hacer. No de aquí a un año, ni de aquí a un mes, sino esta misma semana ya comenzarán las obras necesarias para llenar este cometido. Y digo esta misma semana, al referirme, únicamente, a lo que va a emprenderse con los recursos que se acaba de destinar a este fin, con los decretos que se dieron el último viernes.
Porque no debemos olvidar que ya se están haciendo estos trabajos en San Juan y en otros lugares, aunque en mucha menor escala y sin la organización necesaria para que el Estado actúe mediante un organismo que lo represente, que sea efectivamente estatal y formado todo él por sus representantes y que ordene esta labor tan importante, tan vasta y tan complicada; cosa de la que muy pocos parecen darse cuenta por no haber estudiado antes el problema.
No es sólo levantar paredes
Porque el problema de la vivienda no es sólo un problema de asentar ladrillos y levantar paredes. No es tan sencillo. Es únicamente uno de los aspectos. La vivienda requiere mucho más. La vivienda tiene que ser verdaderamente una agrupación enorme Je casas que tienen entre sí un vínculo comunitario, que se complementan las unas a las otras, que no sólo tienen viviendas Sino también tienen un centro comercial, tienen In centro social, tienen además los centros industriales, donde puede encontrar trabajo el que allí vive; en fin, es un problema muy grande.
Es un problema social. Es el problema de la vida en las grandes ciudades y, por lo tanto, no hay aspecto que escapa al problema de la vivienda si quiere levarse adelante como debe llevarse, ordenadamente y para bien de quien va a habitar allí.
No pretende ningún hombre pobre, ningún hombre sin recursos, vivir en un gran palacio. Pero sí desea vivir en una casa decente, en una casa con las facilidades para llevar una vida higiénica, en una casa que esté en una sociedad, en una comunidad, conde pueda él disfrutar de las comodidades propias de estos tiempos.
Una casa, sobre todo, que le pertenezca, que sea de él, en la que vaya a vivir no sólo durante su vida, por decirlo así, sino en la prolongación de él en los hijos, en los miembros de la familia que vengan después.
Mejor nivel económico
A eso se va a dedicar el Estado, a hacer también en los centros urbanos el mayor número de propietarios, el mayor número de casas en que viva la gente modesta. Y al hacerlo, está logrando no sólo eso, sino algo más: el porvenir de esa gente.
Tenemos un ejemplo. Se hizo hace poco el camino a Ventanilla que permitió que mejor playa de los alrededores de Lima, sin ninguna duda, fuera para el pueblo. Se había pensado previamente hacer allí un balneario lujoso para la gente de dinero. Nosotros vamos a hacer un lujo de playa para el pueblo. Y vamos a tener la satisfacción de que la mejor playa sea precisamente para los que menos tienen.
Que todos piensan así, se puso en evidencia con las miles de personas que fueron a dicha playa apenas pudieron.
Pero esas tierras que hoy va a comprar esa gente a su costo, es decir, al mínimo, al precio más bajo posible, esas tierras, conforme siga creciendo Lima, van a aumentar su valor. Eso es inevitable. Y entonces, el beneficio en el alza de precios, en lo que ya es de ellos, va a ser para la gente más pobre y no para la gente que tiene otros medios de vivir y de gozar de muchos otros recursos.
Eso es otro aspecto del que muchos no se dan cuenta y que es importantísimo, porque así tendemos a elevar el nivel económico de la gente pobre y con ello, nos acercamos a lo que debe ser nuestro ideal; o sea, a igualar la situación social de los peruanos que es, indudablemente, la meta que todos debemos ambicionar.
Tierra y techo para los pobres
El tiempo me vence y no quiero privarlos a Uds. de la exposición tan interesante que nos va a hacer el ingeniero Jorge Grieve. Lo único que me resta decir es que estamos resueltos a seguir adelante, para que en el Perú haya el mayor número de propietarios y que el Estado cumpla con su deber de ayudarlos tanto en el campo como en las ciudades. Tierra y techo para los pobres. Ese es nuestro propósito. Y ese propósito vamos a sacarlo adelante.
No desmayaremos y estoy seguro de que el país entero ha de exigir que ningún gobierno dé un sólo paso atrás. Y que por mucho tiempo y por muchas generaciones, vigilará que se siga en el empeño de hacer que toda la acción del Estado se dirija a satisfacer las necesidades de los demás.